miércoles, 20 de febrero de 2013

El gato no llora.

Sus ojos casi incorpóreos se traslucen como una bola de destino.
Desde su altura infinita se detiene a escucharme.
Un oráculo, una entidad superior que desconoce  los asuntos cotidianos en los que gasto mis horas.
En dos saltos impecables me trae su sonrisa de cuarto menguante,
Inclina la cabeza y me habla en su lengua milenaria,
 que yo, muy idiota, aun no he aprendido.
Las vueltas de su lomo, brillantes montañas azules que se giran  y se enredan en mis pies.
 Y yo con mi torpeza bípeda, trastabillo y lloro. Yo sí lloro.

                                                           Smoking cat (Leila Ataya)