Desde su altura infinita se detiene a escucharme.
Un oráculo, una entidad superior que desconoce los asuntos cotidianos en los que gasto mis
horas.
En dos saltos impecables me trae su sonrisa de cuarto
menguante,
Inclina la cabeza y me habla en su lengua milenaria,
que yo, muy idiota,
aun no he aprendido.
Las vueltas de su lomo, brillantes montañas azules que se
giran y se enredan en mis pies.
Y yo con mi torpeza
bípeda, trastabillo y lloro. Yo sí lloro.
Smoking cat (Leila Ataya)