lunes, 27 de enero de 2014

Fiebre uterina.

Quiero escribir un poema re asesino,
tirarle unos versos mortuorios a la noche.

Unos versos malditos que te arranquen la indiferencia como la tanguita a una quinceañera,
que te desgarren la paz de las entrañas como una brutal violación.

Quiero que tires todo a la mierda y vengas a buscarme,
a empalarme frenéticamente contra los muros mohosos de cualquier callejón

Necesito que te vuelvas loco.
Que te escondas en la oscuridad a tocarte y morderte las uñas,
y los misterios de la penumbra se traguen las evidencias, y el semen.

Que te agarre el amanecer con el celular en la mano temblorosa, con la garganta apretada,
y que los ácidos estomacales te coman las tripas de desesperación,
que no tengas hambre, ni sueño, ni frío, ni ganas de nada.

Que te caigas dormido, fulminado de miedo y angustia
y que en los propios sueños, aprietes los puños y los dientes.

Que andes todo el día de ceño fruncido y ojos desorbitados, espectante,
que no puedas escuchar ninguna canción, leer ningún poema o caminar por una plaza sin acordarte de mí.

Quiero que todo lo que te parecía importante pierda la gracia y el sentido,
que no te interese salir de tu casa, ni afeitarte, bañarte siquiera.

Que te olvides de todo, menos de mis piernas.

Valery Rybakov

martes, 7 de enero de 2014

Pesadillas de verano.

¿Cómo entrar en los turbios y absurdos detalles
del deseo propio y ajeno?

Si sirviera de algo el recuerdo, 
eterno suplicio del alma atormentada,
sumida en su propio delirio de noches caminantes.

Con los sueños de fantasmas que vuelven,
me miran indiferentes, rehacen sus vidas.

No puedo dormir sin apretar los dientes,
como si apretaran entre sí la inhóspita certeza de la soledad,
mientras una puerta se cierra de golpe en algún rincón de la casa.

Aparecen los pájaros,
los pájaros oscuros y brillantes,
volando al ras, lanzando sus agudos augurios
de whisky barato y cosas que se pierden.

[Anoche soñé que se me perdían los lentes.

Cada día veo peor.

Hoy no fumé ni un cigarro.

Tengo un amigo internado en el Pasteur.

Mi viejo me regaló un peluche.

Verónica me regaló esta libreta.

Hace cuatro días que espero tu llamada.]


Tengo el pecho inquieto y los pechos turgentes,
y urgentes.

Me entierro las palmas en los ojos,
y veo colores como los de las plazas montevideanas, 
y me trago la sal que baja como un flagelo
por mi garganta atolondrada,
se posa en mis labios que tiemblan, se aprietan, se fruncen, 
se hunden entre mis dientes que los muerden.


[Es la quinta vez que escucho una canción que no me gusta.]


All in a dream. (Stella Im Hultberg)