...Que resbala en la superficie
engañosa y roja y caliente.
Frío, helado, atrevido.
Lúdico y animoso.
Disolviéndose eternamente,
Cápsula de agua lúbrica,
llena de lenguas tibias
que, voraces, la destruyen
y desaparecen.
Gota de labio que se pone
violeta y purpúreo,
que va y que viene,
desdibujando las fronteras muertas
del espacio entre tu boca y la mía.
El beso. Theodore Gericault.
viernes, 13 de julio de 2012
Los ojos verdes de Manuel.
-¿Señor, no me dice la hora?
Creo que me quedé dormida esperando-
Un día me encontré cuidando de dar
pasos en falso y besos,
y ya no quise observar anhelante detrás
del vidrio.
Desde la mañana a la noche latiendo
desamparada,
comienza a notarse la continua
incisión.
Quisiera asegurarme de que allí afuera
no hay nadie,
de que nadie espía por la ventana,
de que nada terrible me espera detrás
de cada puerta,
con los dedos turbios tanteo las
paredes en la oscuridad.
Parece que todas las luces se hubieran
fugado,
dejándome a ciegas, la gata parda y
asustada,
nada, ni un resoplido luminoso,
parece que me han abandonado las alas y
las hadas,
y los tumultos de noctilucas y
luciérnagas,
y la luna llena y el faro.
Camino muy despacio y el miedo terrible
comiendo mis entrañas como un cáncer
homicida y fulminante.
Y sola me quedo en la solitud
solitaria,
ya no, los relámpagos de su rostro,
cortantes y certeros,
y yo pequeña y acurrucada,
tocada por dentro con un ardor
indecible,
con una furia y un amor y un dolor y un
grito.
Y yo absoluta y llanamente yo,
descubriéndome por vez millón.
Inflamada y aburrida y estancada
y un poco más muerta.
Ojos. Vladimir Kush.
Poema que no sabe.
No encuentro el nombre que describa el
tuyo,
si el silencio más largo puede
definirte
y la palabra añorada se vuelve extensa
y cáustica,
escandalosa boca reincidente,
Tu voz largamente demorada, ansiosa de
argumentos.
Tu voz llena de lugares, de apellidos y
de anécdotas.
Tu cara filosófica y tus manos
metafísicas.
Aun me quedan las ganas de escribirte,
de escribirle a los pequeños minutos
que te has retrasado hoy.
Todavía en un domingo gélido y cómodo
de Agosto,
me acuerdo del balcón y de la certeza
de que no podía ser así.
Recuerdo pensar en que algo y en que
nada,
en una tarde de posible costumbre,
y en la real imposiblidad.
Imaginarte tendido sobre la inmensidad
de mis piernas,
soñándome a mí.
Sabiéndote ajeno a mis pensamientos,
siempre tan lejano y triste.
Y nunca entendí si querías o no,
ninguno de tus sentimientos
equivocados,
si tu pecho se quebraba y las piernas
te latían
Parecías formar parte de un mundo
extraño,
que florecía entre espinas de algodón,
parecías una cama de hospital blanca,
traslúcida y destendida,
un embrión de recuerdo,
te parecías al fuego impotente del
encendedor gastado,
a la incertidumbre de la espera
nocturna de algún colectivo.
Pero yo me parezco al zumbido
enardecido de una colmena abatida,
al sacudón de tierra de un trueno sin
anuncio,
al estertor temprano de un niño.
Me parezco al ruido inesperado en el
piso inferior de la casa.
Ninguna mañana nos pudo convertir en
puerta y calle de pájaros,
ninguna mentira nos llevó a un
atardecer repetido y repentino,
y aun menos la verdad, supo
disfrazarnos libro y tormenta.
Y la carne alternativa me parece cruda,
el ocaso, no elegido,
y la brasa, muriente.
Entonces tus besos que vuelven desde el
olvido,
el tinte francés de tu sarcasmo,
tus métodos sin cálculo,
mi conducta sin destino.
Les amants. René Magritte.
Sueños de ausencias.
La muerte es la única condición
indispensable para la grandeza
Sueño con tu carne tierna
con tu piel olorosa y fresca.
Veo los muslos frágiles y trémulos
correr.
Y no es la tierra quien ha hecho presa
de tí.
Encuentro rubio tu cuerpo a mi vera,
largas y caprichosas tus ondulaciones
se menean en tu contorno.
Tu cadera serena
la pena en la frente.
Y es tan larga tu tristeza
larga así, como una exhalación
humeante.
Tus ojos parecen caerse hacia los
costados
leve y melancólicamente inclinados.
El alma pálida transluce
casi puedo ver los virginales ruegos
entre tu cauta decencia.
Amar es inquieto, tu pausa te atrapa,
queda, sobre tí misma, severa.
El dolor y la muerte me los debes,
incrédula criatura.
Serpientes acuáticas IV. Gustav Klimt.
Tabaco y vino tinto.
Hay un grito escondido entre las semillas vacías del jardín,
entre las flores Non-natas de un cerezo enrojecido por los albores del invierno.
Hay una palabra muda vomitando en el patio.
Hay un soplo nocturno revolcándose con las lenguas bífidas de mi sexo ingrato.
Y vos, vos y tu cara, vos y tu pelo, vos y tus dedos.
Vos y tus días tan remotamente lejanos de los mios.
Vos y tus días tan remotamente lejanos de los mios.
Vos y el insólito aliento que te mantiene vivo .
Y tus pulmones que se empeñan cada día, y tu corazón que no quiere parar.
Vos y todos los autos y todos los ruidos,
y las plazas con palomas que quiero patear.
Y los ómnibus que me dejan esperando, como muerta, en la terminal.
Vos y los auriculares que no me funcionan, otra vez.
Y la lluvia que desborda las calles, el barro, y yo, que me puse los championes blancos.
Y el perro, ese perro marrón y sepia al que le pusimos tu nombre;
todo mojado y con olor a perro mojado y triste.
Y yo, que lo acaricio, con fuerza, lo acaricio,
y no me importa mi ropa, ni la gente, ni el ómnibus, ni nada.
Lo acaricio, y el siente calor y ya no huele a triste.
Y vos, vos ni te acordás del perro,
ni de mis championes, ni del camino a mi casa,
ni de jugar a saltar las piedras del campito o a grafittear las paredes de Colón.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)