No encuentro el nombre que describa el
tuyo,
si el silencio más largo puede
definirte
y la palabra añorada se vuelve extensa
y cáustica,
escandalosa boca reincidente,
Tu voz largamente demorada, ansiosa de
argumentos.
Tu voz llena de lugares, de apellidos y
de anécdotas.
Tu cara filosófica y tus manos
metafísicas.
Aun me quedan las ganas de escribirte,
de escribirle a los pequeños minutos
que te has retrasado hoy.
Todavía en un domingo gélido y cómodo
de Agosto,
me acuerdo del balcón y de la certeza
de que no podía ser así.
Recuerdo pensar en que algo y en que
nada,
en una tarde de posible costumbre,
y en la real imposiblidad.
Imaginarte tendido sobre la inmensidad
de mis piernas,
soñándome a mí.
Sabiéndote ajeno a mis pensamientos,
siempre tan lejano y triste.
Y nunca entendí si querías o no,
ninguno de tus sentimientos
equivocados,
si tu pecho se quebraba y las piernas
te latían
Parecías formar parte de un mundo
extraño,
que florecía entre espinas de algodón,
parecías una cama de hospital blanca,
traslúcida y destendida,
un embrión de recuerdo,
te parecías al fuego impotente del
encendedor gastado,
a la incertidumbre de la espera
nocturna de algún colectivo.
Pero yo me parezco al zumbido
enardecido de una colmena abatida,
al sacudón de tierra de un trueno sin
anuncio,
al estertor temprano de un niño.
Me parezco al ruido inesperado en el
piso inferior de la casa.
Ninguna mañana nos pudo convertir en
puerta y calle de pájaros,
ninguna mentira nos llevó a un
atardecer repetido y repentino,
y aun menos la verdad, supo
disfrazarnos libro y tormenta.
Y la carne alternativa me parece cruda,
el ocaso, no elegido,
y la brasa, muriente.
Entonces tus besos que vuelven desde el
olvido,
el tinte francés de tu sarcasmo,
tus métodos sin cálculo,
mi conducta sin destino.
Les amants. René Magritte.
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