Ocre durmevela de inhalar en tu ropa
los vestigios anhelantes de tu cuerpo.
Las estrellas se acomodan silenciosas
(Son mil inciensos pálidos, murientes)
y se aprietan en mi nuca,
presionándome el cerebro,
quemándome la cabeza,
me repito las cosas que recuerdo de tu cara,
las enumero, las pongo en un orden de importancia,
que voy a cambiar luego..
La piedra, la última botella de Sprite,
la sábana en la que te sangró la nariz,
el dibujo que hiciste de mi al poco de conocernos.
Son pequeños altares.
Símbolo de tu presencia fantasmagórica,
donde a cada minuto te toca volver a escena.
Una y otra vez pongo el disco
para convencerme de que no te has muerto.
Y si el dolor y la melancolía me apuñalan,
y me dejan vomitando en el suelo,
dejo subir la rabia, que me dan ganas de pelear de nuevo.
Y me levanto, de verdad,
de entre la ropa sin lavar.
A las puteadas limpias (que son nutrientes de mi cuerpo)
me arranco a la calle,
levanto las baldosas con las yemas ensangrentadas,
pateo cerraduras oxidadas,
les grito a las viejas que se les acaba el tiempo.
Y a mí me pasan
los minutos
como horas
a tientas.
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